(A propósito de un documental sobre Roberto Bolaño pero aplicable, creo, a cualquier otro caso de paso a la fiambrería de cualquier célebre creador)
Los grandes artistas no mueren cuando su corazón deja de latir. Los artistas mueren cuando le hacen en la tele un programa homenaje.
Dicho programa es armado por un canalla que se hace llamar director, y es rellenado por el aporte desinteresado de testimonios a cargo de una banda implacable de colegas, admiradores y parientes que lo apuñalan a punta de elogios desmesurados, lo acribillan con filosas frases de grandeza, y, si le quedó todavía un soplo de vida, lo acogotan con inconmensurables alabanzas, loas y ristras de zarandajas.
Con suerte, aparece en algún margen alguien que trata de ponerle un poco de onda al velatorio, pero el mefistofélico director, el nefasto musicalizador y otros criminales que aparecen en los créditos, se encargan de envolverlo todo en una mortaja de guachez sin límites y sin remedio.
lunes, 31 de mayo de 2010
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